sábado, 23 de abril de 2016

Primer relato original: "La sonrisa del maniquí"

Como hoy es Sant Jordi he pensado que lo mejor era mostraros el relato con el que gané los premios literarios de mi instituto el año pasado, el día 23 de Abril de 2015, también el día de Sant Jordi. El relato se llama La sonrisa del maniquí. Espero que lo disfrutéis!

La sonrisa del maniquí

     El otoño ya está acabando. Las hojas de un verde intenso han pasado en poco tiempo a un amarillo más tosco hasta desvanecerse completamente de sus ramas. El invierno pasado, frío y seco, es el inicio de esta historia que solamente permanecerá en mis recuerdos.
Invierno de 1947.

    La gran guerra había dejado en nuestras calles una huella que permanecería hasta el fin de los tiempos. Ahora el miedo se había desvanecido, o empezaba a hacerlo. La gente rica reía por las calles, como si nada hubiera pasado, mostrando ante el mundo esa nueva costura que había nacido a principios de los 40. Los pobres, sin embargo, paseaban en silencio, mostrando los huesos ante una sociedad de clases injusta e indiferente. Las mujeres ricas llevaban prendas inimaginables, largos vestidos y escotes profundos que dejaban sus hombros al descubierto. Ahora ellas eran el centro de todas las miradas. Las tiendas abrían sus puertas con grandes sonrisas, mostrando al mundo esa gran costura que solo las más ricas podrían comprar, junto a bellas joyas y otros accesorios de lujo. De otro lado, el Plan Marshall estaba empezando a dar sus frutos en muchos países, pues los americanos temían que la gente escuchara los ideales comunistas de la Unión Soviética, reconstruyendo las grises ciudades que permanecían en silencio después de tanta represión y maltrato. España, sin embargo, quedo fuera de este plan ya que era una dictadura, y no era capaz de desenvolverse y evolucionar, ni hacer frente a las nuevas tecnologías. Así pues, se intentaba que cualquier rasgo del nazismo alemán e italiano desapareciese.

  Por aquel entonces yo seguía trabajando en el mundo de la baja costura, soñando en poder pisar alguna vez algún desfile de moda en París, ir a ver una bella película de la época, bailar las nuevas canciones junto a un buen hombre, que poseyera todo aquello que siempre había deseado, y beber junto a él miles de copas de champagne mientras la noche caía a nuestras espaldas, dejándonos ante una tímida pero pasional intimidad.

   ─Tiene usted talento señorita, que lástima que sus vestidos no se adapten a las nuevas modas, si lo hiciera tendría usted un gran trabajo en el mundillo de la alta costura. ─Decían las mujeres enjoyadas hipócritamente, sabiendo que debido a mi pobreza nunca nadie apostaría por mi costura. 
  Las mujeres hablaban del mayor desfile de moda que se celebraría en París, para presentar las nuevas prendas de couturiers famosos que habían ido ganando fama gracias a sus extravagantes prendas. Dior, Chanel, Versace, Elsa Schiaparell, Jeanne Lanvin, Madeleine Vionnet... eran algunos de los nombres que habían llegado a mis oídos. Muchos de esos diseñadores habían tenido éxito ya que las jóvenes estaban hartas de tener que ir tapadas como monjas, querían ser libres y mostrar sus preciosos cuerpos a unos hombres que babeaban ante la novedad.

   Una tarde de 1947, mientras yacía en mi pequeño rincón del mundo de la moda, apareció un niño descalzo que miraba las prendas con asombro. Tenía en las manos un dulce rojo que chupaba con la misma pasión con la que miraba las prendas. Pasaban las horas y el niño permanecía parado delante del escaparate mientras tarareaba una nana en francés. Me acerqué a él y le pregunté donde estaban sus padres, si tenía hermanos, qué hacía en la calle con ese frío... El niño no comprendía mis palabras, y seguía tarareando la nana mientras la noche iba cayendo. Como vi que nadie se acercaba, me tomé la libertad de entrar el niño al taller y cuidarlo durante la noche. Puede que fuera mi instinto maternal o altruista, pero no podía dejar ese pequeñín solo en en la calle por la noche. Le di una rebanada de pan y patatas para que cenara un poco, ya que estaba prácticamente en los huesos, y lo acosté en mi cama. Recuerdo, aún, esa noche con mucha ternura, sus manos pequeñas y frías abrazaban las mantas que le puse para que no pasara frío, su sueño era profundo y acompasado pero a su vez iba diciendo unas palabras en francés que no podía comprender.

   Me di cuenta que ese niño estaba completamente solo, así que todo y mis problemas económicos por la falta de clientes en la tienda, decidí adoptarlo en secreto. Le puse un nuevo nombre, o quizá el primero, ya que nunca llegué a saber sus verdaderas raíces u origen. Ahora Max sería su nombre, y me ayudaría en la boutique, le enseñaría a cortar y a coser, a ordenar las prendas y sobretodo a hablar español, pues para mi era imposible aprender francés a mis treinta y dos años.
   Los primeros meses fueron realmente maravillosos, Max y yo eramos inseparables, y además el pequeño había desarrollado a la perfección sus capacidades como ayudante en mi taller. Me sentía muy afortunada de poder compartir con él todos los momentos de mi vida, una vida que había dejado escapar prácticamente ya que hasta aquel entonces nunca había conocido un hombre que me hiciera mujer. Eso desgraciadamente un día cambió.

   Una noche del mismo año, encontré a Max jugando con un arma. Me volví loca al instante, le quité el “juguete” y le obligue a contarme quien o quienes se lo habían dado. Él asustado tartamudeo que fue un hombre mayor, que le prometió que volvería a por él para pasar juntos buenos ratos. Asombrada, me pregunté si se trataría de su padre. Así que esa noche me quedé con Max a esperar que el hombre extraño acudiera a la tienda. Nadie entró en toda la noche, ni en los días que siguieron, hasta que un día, mientras estaba en la estación de Renfe esperando a que mi hermano me trajera nuevas telas para poder hacer nuevos trajes, un hombre se acercó a mi y me cuchicheo en la oreja. Sus toscas palabras me dejaron helada, el hombre estaba dispuesto a llevarse a mi pequeño, solo para poder saciar su apetito sexual. Ese hombre se había obsesionado con Max. Le grite que ni se atreviera a acercarse a él, porque estaba dispuesta a todo, pero el hombre solo se reía, pues era un viejo rico que con solo un chasquido de dedos podía tener con él todo lo que quisiera. Corrí desesperada hasta encontrar a Max y le pregunté si ese hombre le había hecho algo a lo que Max respondió que no, que solamente le había dado caramelos y la pistola.
   Esos días fueron agotadores, no era capaz de dormir por miedo a que el viejo se acercara a mí para quitarme lo que más quería. Sin embargo, un día las cosas se torcieron por completo y mi vida se convirtió en una auténtica pesadilla.

    Mientras volvía a la estación para recoger nuevas telas parisienses, un hombre con una gabardina oscura me agarró con fuerza y me arrastró por las solitarias calles de la ciudad. Mis rodillas no podían parar de sangrar y mi respiración se torcía por momentos. Intentaba hacer fuerza para deshacerme de ese matón pero no fui capaz. Yo sabía que tenía algo que ver con ese vejestorio que había intentado intimar con Max, tenía el presentimiento que mientras yo estaba ahí luchando por mi vida, mi pequeño estaba luchando por la suya. El hombre me llevó a un callejón sin salida, y me empezó a desgarrar el vestido con un cuchillo. Fue desabrochando botón a botón mis ropas, hasta que sus manos tocaron mis carnes. Eso me repudiaba pero a su vez sentía un extraño placer que nunca antes había sentido mi cuerpo. El hombre me besaba con dureza y fue bajando hasta quitarme mis prendas más íntimas. Se deshizo de esas y empezó a jadear mientras gozaba de una pasión sexual irrefrenable. Yo estaba completamente paralizada, inmóvil, no podía gritar ni golpear a ese hombre. Cuando acabó, me dejó allí tirada, con el cuerpo lleno de golpes y sangre, de cicatrices que nunca llegarían a desvanecerse.

   Max me buscó por toda la ciudad y al final me encontró. Sus ropas también estaban desgarradas, y su cuerpo estaba lleno de moratones. Nos miramos con lágrimas en los ojos y supimos que ambos habíamos sido violados. Lo arropé junto a mi y juré que vengaría nuestra suerte.

   Días después volví al taller a tejer con amargura. Miraba esas tijeras y esas ropas que nunca llegarían a ningún desfile. Miraba a Max, quien había dejado de hablar desde que ese viejo acabó con toda su inocencia. Mi cabeza daba vueltas locamente y solo tenía en mente la sed de venganza, un sentimiento insano que nunca antes había experimentado. Entró en la tienda una mujer que no paraba de mirar las ropas con soberbia y como si fuera un títere controlado por el demonio, me dirigí a esa mujer y le clave las tijeras en la cabeza, apreté con fuerza y la mujer cayó al suelo con un golpe seco. Lo que sentí después no fue culpa sino éxtasis. Cogí a la mujer ya muerta y empecé a medir su cuerpo. Max me miraba en silencio, aprobando mis acciones sin pronunciar palabra. Dibujé el cuerpo de la mujer y empecé a diseñar nuevas prendas, que llenaba de perlas y otras joyas que le había arrancado mientras agonizaba en el suelo. Expuse las originales prendas en mi nuevo maniquí, que no fue otro que la mujer ya muerta. Le había quitado todo el olor y había despellejado y cosido a la perfección su cuerpo. Y así, como si del diablo se tratara, cree nuevas ropas con cada una de las mujeres que entraban a mi pequeño taller, las despellejaba y Max me ayudaba a limpiar. El taller fue obteniendo cada vez más fama ya que ahora las prendas parecían de alta costura. Yo esperaba con ansias que llegará él, para poder vengar lo que le hizo a Max, y como por arte de magia, el viejo rico entró en el taller con una gran sonrisa, como si nada hubiera pasado. Cogí las tijeras e hice maravillas con esa sonrisa, a la que llamé la sonrisa del maniquí. Max acabó el trabajo cortando sus genitales.

   Nadie nunca supo quien acabó con todas esas víctimas, la gente admiraba mi alta costura en los desfiles de París. ¿Loca, psicópata, el demonio? Son muchas las palabras que podrían definirme, pero solo en mi interior y en el de Max hay guardado el más importante secreto del Demonio que aún se ríe en las pasarelas de París, con una sonrisa oscura y sepulcral.

Atentamente,
Mad girl. 

2 comentarios:

  1. Creo que tienes mucho futuro en el mundo de la literatura! Estoy ansioso por el siguiente relato

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